Lydia Cacho - 2017

Esclavas del Poder: Trata sexual


Lydia Cacho, Esclavas del Poder: Trata sexual (2010) Editorial Grijalbo Mondadori, Español, ISBN 9786073100038

Puede ser buena la violencia? Esta pregunta la hice a varias personas, durante mi lectura del libro de Lydia Cacho, Esclavas del Poder. Todas a las que pregunté titubearon; meditaron un momento para, casi siempre, decir que dependía del caso. A los diez años de edad, esta niñita tiene la respuesta clara que tanto nos evade a adultos, profesoras, maestros, doctoras, académicos. La terrible, la inimaginable sabiduría de las víctimas.
¿O sea que sí puede ser buena?, volví a preguntar. Pues sí, dijeron con patente falta de certeza, sintiendo quizá que se les presentaba una trampa.
¿Cuándo es buena? insistí. Por ejemplo, me dijeron, cuando la vida propia o de un semejante está amenazada, o en caso de guerra, de secuestro o de asalto.
¿Qué tanta violencia es buena?, insistí otra vez, poniendo a prueba amistades y paciencias. Para ese momento todas y todos mis interlocutores me miraban con palpable desconcierto, con evidente molestia. La respuesta más inteligente que recibí decía que la suficiente para acabar con ella. ¿Cómo es eso?, seguí. Pues la violencia es necesaria para acabar con la violencia, declaró un amigo, mientras miraba alternadamente a la puerta y a su reloj.
¿Alguna vez has visto que la violencia haya acabado con la violencia?, inquirí, con falsa ingenuidad. No obtuve una respuesta satisfactoria, sólo recibí una sonrisa impaciente. Sin embargo, sí la hay. Está entre las citas epigráficas que aparecen en el libro de Cacho: son las palabras de Yerena, una sobreviviente de la trata sexual de niños y niñas. De diez años de edad. Con la simpleza de una sabia zen, incapaz de darle muchas vueltas a las cosas, esta pequeñita declaró: “La violencia no es buena porque duele y me hace llorar”.
Imaginé a la chiquilla pensando y respondiendo, quizá en algún albergue, protegida de quienes le habían dado esa temible lección. La vi con el ojo interno de mi mente y me estremecí hasta las lágrimas al escuchar una y otra vez la simple sabiduría de quien sabe porque ha vivido. A los diez años de edad, esta niñita tiene la respuesta clara que tanto nos evade a adultos, profesoras, maestros, doctoras, académicos. La terrible, la inimaginable sabiduría de las víctimas.
Lydia
Lydia Cacho no requiere de mayor presentación. Es vox populi que se ha dedicado a tratar de entender la violencia. Pero Lydia también es una mujer de acción; ha intentado, incansablemente, hacer todo lo humanamente posible para acabar con ella.
Entre sus logros, gigantescos, está una institución cancunense dedicada a la protección y educación de mujeres víctimas de violencia: el CIAM. Una institución inmensamente prestigiada en otras partes del mundo que la mayoría de las y los cancunenses no conoce ni ha oído hablar de ella. Una institución que ha sufrido la misma violencia que combate, como se supo por una cadena de correos electrónicos que circuló en las redes sociales, al ser atacada por supuestas autoridades de nuestra ciudad que querían sacar a la fuerza a una mujer refugiada, temerosas quizá de lo que ella supiera acerca de la violencia y los violentos en Cancún. Violentos poderosos e influyentes. Íntegra, al igual que Lydia, esta institución nunca ha contestado con más de lo mismo. A la violencia, paz, entendimiento y acción; nunca más violencia.
Además de fundadora de instituciones, Lydia es autora de varios libros: periodísticos, manuales para prevenir el abuso sexual y novelas. Lydia también es mujer: el ser humano más valioso y valiente que he conocido. Se dice que Platón agradecía haber sido griego, hombre y libre, pero sobre todo, que había conocido a Sócrates. Quienes conocemos a Lydia no estamos tan seguros de tantas cosas, sólo de agradecer intensamente haberla conocido; basten las opiniones de Eduardo Galeano, autor de Las Venas Abiertas de América Latina, y de Roberto Saviano, autor de Gomorra, que aparecen en la portada y en el prólogo del libro.
Lydia, para entender otros aspectos de la violencia, emprendió un viaje de investigación. Uno al corazón de la trata sexual de mujeres y niñas en todo el mundo. Para obtener información, la escritora siguió las enseñanzas de Günter Wallraff, investigador periodístico alemán, y se transformó en varias identidades ficticias: monja, prostituta, jugadora de casino… Aplicó técnicas de investigación de campo, como la observación y la entrevista. Como investigadora, Lydia nunca buscó la objetividad, que es la subjetividad más engañosa, la que se erige a sí misma como árbitro; su trabajo es muestra de lo que se puede hacer con amor y compromiso, con una intersubjetividad educada, responsable y profesional.
El viaje: Mahmut, Rim Banna, Rodha, Sue Hanna, Somaly Mam…
En el mundo de hoy se roba, compra y esclaviza a niñas y mujeres. Es así de espeluznantemente simple. Se hace con violencia, desde luego; violencia inimaginable. Violencia que a pesar de todo esto no es bien entendida por todos ni todas; especialmente, por los hombres que consumen lo que ofrecen quienes han robado, comprado y esclavizado a niñas y mujeres, y que por ese hecho se convierten en los cómplices de mafiosos de la más abyecta calaña. Violencia que nos degrada como personas y que nos hace difíciles acreedores a ese sustantivo tan abstracto: humanidad. Pero eso no es todo lo que hay en el mundo. También hay mujeres y hombres que buscan y encuentran la paz y la luz. Incluso en los sitios más oscuros. Hombres y mujeres que hacen que vivir valga la pena. El libro de Lydia es un homenaje a estas personas, que combinan los papeles de héroe y hombre y mujer comunes.
Como en Turquía, donde Lydia conoció a Mahmut, policía de oficio. Este valeroso representante de la ley le contó a Lydia cómo en su país se miente sistemáticamente para poder pertenecer a la Unión Europea, donde el gobierno firma tratados y acepta diálogos para respetar los derechos humanos mientras que en realidad las mafias albanesas y rusas cooperan con las mafias locales para el transporte ilícito de mujeres que terminan en el negocio de la prostitución, protegido por el Estado turco.
O en Israel y Palestina, donde Rim Banna, una artista que vive en los territorios ocupados, se dedica a procurar la seguridad de mujeres y niñas. Rim le platicó a Lydia la fragilidad de las niñas palestinas, que son frecuentemente casadas a los diez u once años con hombres adultos, como lo testimonia una impactante fotografía en la que aparecen tristemente disfrazadas de novias, robadas de su infancia. Países donde la trata de personas se ha dado para obtener órganos trasplantables, a pesar de creerse que esto sólo ocurre en la ficción de papel barato.
Como en Japón, donde la mafia Yakuza sigue costumbres que parecen sacadas de una novela negra de extrema crueldad: cortarse el dedo meñique en señal de obediencia con los capos, así como violar ritual y tumultuariamente a mujeres secuestradas, dañándolas para siempre en lo físico, lo moral y lo emocional, lo que fue contado a Lydia por la superviviente llamada Rodha. Los Yakuzas se dedican al comercio sexual, tanto legal como ilegal. Y lo hacen con violencia extrema.
O en Camboya, Tailandia y Birmania, donde la guerra y su deshumanización han establecido el infierno en donde mujeres y niñas valen menos que los destartalados tuktuks, frágiles motocicletas convertidas en carritos de sitio, en que son transportadas para satisfacer a hombres turistas de todo el mundo, que buscan el inicuo placer de violar a una niña. Allí, Lydia conoció y conversó con Sue Hanna, valiente mujer que dirige un refugio para niñas víctimas de trata, y a Somaly Mam, quien por su heroísmo parece un personaje literario y no una mujer dedicada a abolir la esclavitud sexual femenina.
Y desde luego, como aquí en México lindo y querido, donde los table-dance y los prostíbulos de cuestionable postín esconden las historias de horror y valentía de mujeres secuestradas, adictas a la fuerza, incapaces de sacudirse las deudas y las amenazas de muerte con que los padrotes las tienen sojuzgadas para distraer, divertir y dar placer a los poderosos y a los influyentes, entre los que rutinariamente se encuentran los políticos y hombres de negocios más encumbrados de nuestro país.
Nosotros: los hombres, los clientes
De Esclavas del Poder no es posible salir intocado. Su lectura es luminosa y transformadora. Desde el fango de la esclavitud este libro hace señalamientos claros: hay esperanza.
Y la esperanza estriba en que los consumidores se den cuenta cabal de lo que hacen cada que visitan un prostíbulo o table-dance: propician la tristeza, la esclavitud y la violencia.
Después de leer, el lector entiende que quienes más defienden la legalización de la prostitución son las mafias, quienes así pueden aumentar sus ganancias con estrategias dirigidas a bajar los costos: con la esclavitud de mujeres y niñas, camuflada entre la prostitución legal, la que institucionaliza el acto de apropiarse de un cuerpo, lo que de otra manera no podría hacerse sin violencia. Y por supuesto, ya sea legal o ilegal, el lector entiende que quienes tienen la peor parte son siempre quienes buscan ganarse así el pan para alimentar a su familia: las prostitutas.
La lectura deja claro que cuando uno va a estos lugares pisa no un sitio de diversión y esparcimiento sino un territorio de criminalidad organizada, compleja y global: el table-dance de Cancún puede estar regenteado por un ex militar argentino, buscado por delitos de lesa humanidad y protegido por autoridades mexicanas. Lenón perfectamente capaz de asesinar para lograr éxito en sus negocios.
La respuesta
La lectura de Esclavas del Poder nos deja un legado limpio y claro: a la oscuridad, luz; a la violencia, paz; a la esclavitud, libertad. A quienes practican la prostitución, respeto, así como opciones dignas y libres de violencia. A las niñas y niños víctimas de la trata, protección y amor, tanto como necesiten. Se los debemos.
Hagamos un esfuerzo enorme y escuchemos con atención a Yerena, niña de diez años víctima de la trata con fines sexuales. Es lo único que puede salvarnos: no más de lo mismo. No más violencia: duele hasta el alma y nos hace llorar.
Eduardo Suárez Díaz

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Bibliografía

“El machismo encuentra a su complemento en el hembrismo; ambas fórmulas culturales crían y crean mujeres florero y hombres cartera. El complemento del feminismo es la nueva masculinidad. Es decir, el hombre igualitario que trabaja para no ser esclavo de los decretos machistas que precisan de hembras manipuladoras y hombres que juegan a ser tontos a conveniencia.” - Lydia Cacho